Tengo pánico de perder mi mochila. Me embadurno totalmente de pánico de solo pensar que pude haberla perdido. Me genera una crisis permanente de angustia y ansiedad. Me viene todos los días, a todo momento, cada vez que no la veo. Me pasa un par de veces al día sentir que la olvidé; y sufro una puntada en el estómago durante esas pocas milésimas de segundo hasta el momento en que la veo de nuevo. Pero ese breve instante es la muerte. Incluso me levanto en medio de la madrugada sudando frío solo para verificar si volví con ella a casa.
Sentir que la perdí es sentir el vacío. Un vacío sin paz, aturdidor. Siento que voy a perder todo. Supongo que es porque en mi mochila tengo todo. Mi pasaporte, mi cédula, mi billetera con mis tarjetas de crédito y de débito y del banco y el carnet de salud y el carné de vacunas, el libro que esté leyendo en el momento, mis planificaciones y fotocopias y partituras y trabajos de clase y temas de estudio, las llaves de todas mis casas de otros, los auriculares, mi gorro y mi bufanda, mi campera de lluvia, mi short de baño y chancletas, mis lentes de sol, mi notebook, mi celular de Montevideo y de París y sus cargadores correspondientes. Y el tabaco, las hojillas y las drogas. Y el fuego.