jueves, 13 de noviembre de 2008

De espejitos de colores

El odio. Sentimiento arraigado en la parte más primitiva del ser. Cómo definirlo, transmitir en palabras lo que es esa ebullición sensorial, ese caldo de hormonas rabiosas.

Recientemente descubrí cómo traducir de una forma sencilla tal cúmulo de enojos y frustraciones. El odio se puede resumir en una palabra: PLÁTANOS.

Estos plátanos son el símbolo más fiel y representativo que encontré para definir el odio. Simplemente el mencionar tal infame palabra me hace hervir la sangre.

Sí, ya sé: los plátanos fueron plantados para darle sombra a la ciudad de Montevideo, la ciudad queda más linda y limpia si está verde y arbolada, mejora la calidad del ambiente, y todas esas cosas. Pero ¿Tenían que plantar justo PLÁTANOS? ¿No se les ocurrió nada mejor? ¿Justo un árbol que en primavera larga ese polvillo tóxico y cuasi-mortal? ¿Esas esporas del terror que desgarran las esperanzas y nos destruyen el alma de a poco? ¿Por qué no plantaron un árbol que escupa cianuro o ácido sulfúrico (aunque lisérgico no estaría mal)?

La primavera ya no es más sinónimo de amor, ni de sol, ni de calor, ni de romance, ni de nada bueno. La primavera es sinónimo de PLÁTANOS (así con mayúscula, siempre), de alergia y estornudo, de angustia, de dolor, traumas, ojos infectados y ciegos, con pus, molestias irreconciliables y eternamente ardientes.

---
Igualmente hay elementos infinitamente odiables. El segundo más odiado es el quesoro. Más bien: los quesoros de los cumpleaños. Ese gusto a cartón mezclado con orina de gato y desechos nucleares es realmente nauseabundo. Pero en este caso el odio no va tanto hacia el objeto; más bien es hacia el sujeto que compró ese veneno para demostrar el desprecio que tiene para con sus invitados. Esa persona no merece el respeto de nadie. Seguramente al año siguiente la mínima reacción será no darle regalos al cumpleañero.

No hay comentarios:

Publicar un comentario