martes, 3 de julio de 2012

Crónica


1)

El viernes de noche no hicimos nada, salvo ir a un bar a comer una pizza y dejarme cuestionar por su explicación firme del mundo. Eso, básicamente. Y empezar a pasarla mal. Ella estaba complicada y ausente, pero no tenía idea que iba a ser para tanto. O sí.

Soy o muy resistente al daño cuando me lo propongo. Como un desafío al aguante. O de masoquista, nomás. El objetivo era claro: yo iba a BsAs a comprar un clarinete. Ella me había invitado a su casa.

Explicar cómo llegué a ese lugar con esa persona no es muy distinto a cualquier ejemplo de personas que pasan bien juntas y cogen rico, sumado a otros detalles de una esperable relación con ribetes histriónicos narcisistas.


Sabiendo, llevaba tres cartones. Por las dudas. Primero me tomé medio antes de subir al barco. Viajé con un tecladista conocido que iba a ver a su novia en BsAs. Hablamos y tomamos grappamiel mientras surtía efecto la sustancia.

Nos separamos en el puerto y ahí estaba ella, incómoda con su cuerpo (en eso no había mentido en las previas charlas al viaje), escondida atrás de una planta. Sugiriendo que tenía algo más interesante que hacer.
Empezamos mal.

En la parada del ómnibus nos encontramos de nuevo con el tecladista y su novia. Silencio horrendo. Nadie quería seguir la charla. Nos tomamos el primer bus que pasó, que nos servía a nosotros pero no a ellos. Hicimos bien. Nos permitía comenzar la guerra de una, sin previas molestias. En el ómnibus sonaba de fondo "Luna de miel", de Virus. Por supuesto. Paralelismo sonoro cósmico para variar.
Me llevó al lugar donde ella sabía que podía estar un ex, su ex más relevante, a quien todavía no había podido sacarse de la cabeza y a quien siempre buscaba de refilón como buscando justificar al azar.
Y se encontró con su ex nomás, ahí, en la puerta de ese antro. Pero se hizo la que no lo vio. Aunque todos vimos que sí. No me sorprendió. Tampoco le dije nada, no era la idea hacerle la fiesta. Lo adjudiqué a la mala suerte o algún resto de alucinación del ácido. Simplemente, por las dudas, me resigné a ocupar mi lugar de experimentador/espectador, contemplador de movimientos. Desde que se murió Julián (otra historia que no viene al caso) todo es una larga ficción donde siento que veo al mundo con distancia, como se ve en un viaje de salvia. Cualquier escena es un juego. No hay drama; solo simple reacción de quien ya no entiende.

Cuando salimos de la pizzería caminamos hasta su casa en Recoleta. No tomamos nada, no hablamos. Solo fuimos a dormir. Le pregunté si había visto a su ex, ese pibe con pinta de bueno que ella buscaba: un poco inteligente, pero no más que ella; un poco sensible, emprendedor, convincente. Y alto. Como ella es retacona la altura la tiene obsesionada. Eso y una precoz ansiedad de buscar genes. Me reclamó por qué no le había contado. No le creí que no se diera cuenta, pero le di el visto bueno a la posibilidad. Simplemente no sabía si le iba a hacer mejor o peor que se lo contara; siempre respetamos los roles asignados del uruguayo bonachón y la porteña canchera.

Ya veía venir el comienzo de una tortuosa riña incómoda. Pero había un pequeño hilo de esperanza en pasarla mejor. Quizás hasta garchar un rato (esa gurisa escribe divino, canta divino y garcha divino, imposible no calentarse). Es lógico que iba a querer estar en su casa repitiendo ese mismo guión. Pero no intenté nada. No había chance. Era hasta incómodo.
Por suerte puedo dormir bien en circunstancias adversas. Seguro hasta le ronqué en la oreja.

Pero empezó a jugar. Y cuando yo la agitaba se hacía la dormida. Piré. Pese a mis incesantes intentos de entrar en el momento justo de sus mimos, no hubo caso. Volvía a hacerse la dormida, la que quería dormir. Me contó con desgano que estaba confundida, probablemente enamorada, de un jefe casado y con hijos que se había cogido justo esa semana (justo). Ingeniero, medio trabado, poco interesante, cuarentón hiperventilado llenodeguita que anda en skate; correspondiente con su imagen de éxito. No entendía por qué salía con esas cosas (yo solo mantenía ese hilito de esperanza en seguir garchando medianamente bien, como la última vez, pero eso era ya un juego mental, no había chances de nada (aunque el mismo día antes de tomarme el Buque me confirmara que quería que me quedara en su casa (asumí que esa confirmación era una señal (pero no)))).
Dormimos.
Yo bien. Soñé que garchábamos.
Ella no sé.


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2)


Desayunamos el sábado unas displicentes tostadas con dulce de leche, roquefort viejo que le quedaba y mate. Subrayaba el horror de esa primera noche. Como para confirmar que el día iba a seguir en el mismo plan de asco y sequía. Por las dudas antes de salir me tomé media tripa más. Cuando nos íbamos vi cómo se comía unos dátiles que tenía encanutados.

Me sacó a pasear. En realidad me sacó a que la acompañara a trabajar en uno de los tantos proyectos que desarrolla pero que sabe de antemano que no va a cumplir.
Tardamos horas en llegar. Parecía joda, pero a medida que nos alejábamos del centro de la ciudad las pieles de los pasajeros se reponía, y como que se ponían más oscuras, de rasgos indígenas. Ir a la periferia es como un degradé cromático, casi que un fascismo racismo tácito. Rosina es medio rubiecita y pecosa, blanquita y de ojos claros. Rosina se sentía incómoda. Y un poco sentí yo también que la miraban. Igual yo no imaginaba que tan incómoda estaba, pero ella tenía la necesidad de recalcar ese detalle, de decirme todo el tiempo que se sentía observada, distinta. Es que ese imnenso monstruo deforme que es Buenos Aires unifica a la masa y facilita estereotipos. Los prejuicios y la intolerancia también. Como toda ciudad grande. Y los cabecitas de Perón ya habían perdido la unión.

Paseamos por unas viviendas a las afueras de la ciudad. Un complejo inmenso. Una decadente y fracasada visión de convivencia urbana. Hasta un poco soviético en su construcción. Pero muy tranquilo, muy barrio, muy periferia obrera de Montevideo.
Sacó sus fotos. Yo la acompañaba por los rincones. Es impresionante lo buena que es. Sus fotos son brujería.

Volvimos en bus. Un recorrido que bordeaba todo el perímetro de Buenos Aires, hermoso, de mierda pensando que ella la pasaba tan mal como yo. Pero al menos me distraía con la ciudad. Es muy difícil aburrirme; mi cabeza no para de elaborar alguna estupidez, de un entretener berreta. Probablemente no gran cosa. El restito de tripa en el organismo ayudaba un poco para el poco faso que había podido pasar.
Llegamos al cementerio de Recoleta. Luego de pasearnos entre la fauna cadavérica decidimos engullir una milanga. Entramos en un bar a ver un partido de la B. La idea era que Boca Unidos perdiera. Al mismo tiempo jugaba Douglas Haig, su equipo. La idea era que ganara. Y si Olimpo (otro que jugaba al mismo tiempo) perdía, todo sería maravilloso. Tantas cosas eran muy improbables y yo sabía que iban a pasar. Obviamente no lo sabía, pero me gusta jugar a que domino ese tipo de realidades si quiero que se den. Y así pasó: un triunfo milagroso de su cuadro (que quién sabe hace cuántos años no ganaba con 4 goles), una derrota del cuadro que ella odiaba, que encima erró un penal en la hora... increíble por donde se mirara. El resultado del otro partido lo sabríamos al llegar a su casa. Me gustó jugar con que yo era su amuleto de buena suerte. Eso la hacía enojarse más, en lugar de permitirse disfrutar con la pelotudez irracional.
Mirando el partido comimos milanesas aceitosas y papas fritas en la misma índole. Enchumbadas, a tono. Pero todo era perfecto así.
Ella se resistía a entender que era su amuleto de buena suerte y me odiaba por no querer entender el juego.
Pedimos la cuenta y fue carísimo.

Caminamos hasta su casa. Pasamos por una plaza. Nunca le pude sacar una sonrisa. Me indigné. Llegamos a su apartamento y se enteró que empató Olimpo. Suficiente como para que se indignara ella.
Se encerró en su cuarto y yo toqué la guitarra. Unos acordes horribles, molestos, adolescentes. Mientras, pensaba a dónde me podía ir. Pero no me quería ir así nomás. No iba a lograr nada con eso. Caprichos.

Más tarde llegó su amigo, un ex novio de cuando iba al colegio que venía a visitarla. Un marplatense medio ario de dientes chiquitos con cara de buen pibe.
Inmediatamente quedé fuera de la escena.
No es que no tuviera nada para aportar, simplemente todo eso me parecía un hermoso espectáculo a ser contemplado.
Comentarios de clase-media-alta-aspiracional-filo-progresista-que-en-el-fondo-odia-y-desprecia-a-los-colores-oscuros, si es por tipificar. Patéticos esfuerzos por resaltar en discursos aberrantes y grandilocuentes.
Muchísimo material. Suficiente como para pensar que hay gente que está como está porque existe gente que los odia.
Comimos ceviche y jalea en un restaurante peruano al que tácitamente desacreditaban. Asumían que iba a ser barato. No fue así. Pero en ese país donde el estereotipo y el fetiche son tan necesarios para la supervivencia ya está admitido el enceguecimiento ante todo lo que pasa frente a los ojos.
Volvimos igual que a la ida, entre charlas de motores de autos. La nada seguía. Yo ausente, absorbente.
Nada más tortuoso. Tan demostrativo. Yo extasiado. Necesitaba información. Más subrayados.
En su casa Rosina le mostraba a su amigo unas fotos increíbles.
A mí no.
Ese era justamente el punto, su motivación.
Fuimos a dormir otra vez.
Otra vez pensé que unos mimos la iban a aflojar. O tensionar un poco más. Al menos cuestionarla.
Empecé el espectáculo, como la noche anterior pero al revés: algún ruidito de incomodidad, toses. Me levantaba al baño. Volvía a la cama. Mi inverosímil pasado de actor de radioteatros me hace muy poco convincente.
Al menos no tengo ningún problema para dormir. Capaz que hasta en serio lograba convencerla de chupárnosla un poco. Pero no, no hubo caso.
No pasó. Dormimos otra vez en la misma cama.
Al menos así me aseguraba de compartirle mi concepto de justicia, por esa naturaleza cuasi cristiana de hacerse cargo por el otro.
(me hice vegetariano ese mismo día)

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3)


El domingo nos separamos. Necesitábamos un tiempo solos para saber cómo seguía la cosa. Yo me quería ir y ella quería que me fuera. Estaba todo dado. El día era lluvioso, gris, frío, manifiesto paralelismo psicocósmico y pedorro.
Paseé por toda la ciudad, le compré un libro en la feria. Todavía tenía esperanzas de recomponer la cosa... había pruebas de que eso podía pasar.
En medio del paseo recibí su mensaje. Se notaba que estaba preocupada, que se dio cuenta que no había actuado bien. Me dijo que se iba a volver antes de lo pautado, que no soportaba estar así conmigo. Volví rápido a su casa, acelerado. Ese pequeño dejo de esperanza parecía encausarse.

Al volver hablamos. Ella me recibió con un chocolate caliente. Hablamos. Hablamos.
Nos dimos un abrazo largo. Dejé de abrazarla y era domingo.
Me dijo que quería poner algo de música. Puso un disco de Mehldau. El mismo que había puesto cuando vino a Montevideo.
Bailamos.
Cogimos suave al principio.

Al otro día no nos levantamos. No importaba el lunes. Llamó a la oficina y cantó fiebre. Nos preparamos un mate y fuimos a y a buscar mi clarinete (excusa inicial del viaje). Tras horas entrando en todas las casas, buscando y probando instrumentos, lo encontré; perfecto.
Volvimos a su casa. Me puse a practicar. Ella improvisó en la guitarra algo que le salió muy bien. Ella cantaba, yo respondía. Improvisados pasaron resacas de RobertMilesSonHouseJuanaMonkArethaAlfredoMateoyelPríncipeelFlacoAbueloToquinhoMercedesGayeTroiloyEdmundoelCuchiyCharlyEllingtonDylan... todos en una sopa sonora. Ninguna canción de ellos; solo una delirante mezcla presente en ella y yo y la música, un resultante con dejos de todo.
Estaban todos ahí, en un crisol de baile. Trance música, bola magnífica de influencia, creación, espíritu. La nave. Inefable. Ya casi me estaba olvidando de Tita en Montevideo. Era imposible.
Un cierre perfecto.
Cogimos como nunca.

El martes no nos queríamos separar. Fuimos hasta la Cacciola. Nos separamos antes, porque ella trabajaba a un par de cuadras de la terminal. Abrazo mediante, nunca más la quise ver.



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3)

El domingo nos separamos. Ella se fue a visitar a su familia porque era el Día de la Madre. Yo me fui a pasear.
Compré un montón de libros. Le compré uno a ella, también. Entré en un café. Pedí una galletita, un cheesecake y un café especial con dulce de leche, chocolate, almendras y crema. Pensé en hacerme vegano.
Afuera estaba espantoso. Aproveché para leer.
La musicalización de ese café pareció perfecta, como si ella la hubiese elegido para ese momento melancólico y cursi. El guión: ChetBakerAmyWinehouseMacyGrayCharlyGarcía(?)BobMarley. Interrumpiendo. Musicalizándome la lectura.
Ese café denso y recargado y esa redundancia afirmaban todo en un espiral de pop y barroquismo.
Pero el efecto de la tercera tripa parecía confirmarme que eso era real.
Dejó de llover y seguí caminando.
Pasé por la Plaza Belgrano (¿Juramento?). Enorme, megalómana. Entendí otra vez por qué ella era como era, por qué su peso, inseguridad y pretensión arisócrata.
A la vuelta ella ya estaba en su casa. Nunca me avisó que había llegado. Solo me mandó un mensaje de que iba a llegar una hora más tarde. Era lo que necesitaba ella para llegar antes a su casa y estar sola aunque fuera unos minutos sin que yo la molestara. Ya sabía que iba a estar ahí, por eso directamente toqué timbre. Evidentemente estaba ahí.
Le regalé un libro. Era sobre un milico torturador. Le conté muchas cosas que no escuchó. Ya no importaba, solo esperaba que algún día lo leyera y sufriera un poco. Ella todavía no había podido zanjar el odio a su linaje, a una familia de milicos oligarcas que participó en la dictadura y cuyo apellido pesa mucho.
Insistió en que se había arrepentido de invitarme. No soportaba estar ahí, pero me quedaba para justificar mi punto.
La incomodidad despierta.
Se comprende que las decisiones que se toman afectan y que hay que joderse y hacerse cargo.
No soporté tanta presión, cuestionamiento a mi supuesto ego, mi orgullo, guión, autoestima ya roto. Menos siendo un recipiente de frustraciones y sabiendo que no iba a haber reconciliación posible.
Me dijo que iba a comprar algo para comer. Me ofrecí a acompañarla, provocando en ese acto de caballerosidad machirula su irritación.
Armé la mochila.
Cocinó (ella cocinó (no me dejó tocar un utensilio (el solo intento de lavarle las cosas la irritaba aún más))) un marginal arroz, pero admirablemente condimentado con azafrán, garam masala y otras cosas que sacaba, un chardonnay bastante ácido y mucho cariño puesto en ese plato. Casi tanto como para pensar que quizás había una leve esperanza de orgasmear. Pero lo suficiente como para al toque darme cuenta que el cocinar bien lo hacía para ella misma y yo era un accesorio. Ella agregó a su plato un pollo viejo que sacó del horno.
Imposible ponerla, ni con el huesito del pollo que me dio para pedir un deseo a mi favor (que justamente había sido ponerla).
Me pareció divertido ver cómo iba a reaccionar si la descolocaba, siempre dentro del guión que disponía. Agarré el vaso de chardonnay y me acerqué a hablarle. Me gritó. 
Ella seguía buscando mi enojo. El hartazgo desde hacía dos días. El experimento espontáneo. Decidí descolocarla. Con mi mejor voz de protagonista de telenovela venezolana le dije "¡atrevida!" y le tiré el Chardonnay en la cara.
Enfureció. No podía creer esa reacción tan adolescente y pelotuda.
Estaba bordeaux. Quise bajarla al chiste pero eso fue peor. Le dije que entonces mejor que me abriera la puerta, que me iba. Bajamos el ascensor. Ella, llena de odio.
En la puerta le dije que quizás podríamos hablar.
Me amenazó con llamar a la policía. Empezó a gritar. El guión ya estaba denso. Pensé en chuponearla en ese momento y me divirtió imaginar sus posibles reacciones. Pero me fui lento y respirando.
Me fui confirmando las sospechas de su furia. Me llamaba, me gritaba hasta acoplar el teléfono y cortaba. Todo en ella era alaridos. No distinguía palabras, solo un ruido monstruoso de quien está desesperado, furioso.

Me fui a un hostel barato que había visto en mi recorrido, cerca de donde iba a comprar el clarinete.

Ahí empezó otra aventura, como en todos los hostels.
De ella no supe nada más.
Entonces me parecía un designio, un intento de justificar la importancia de hacerse cargo.



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4)


Tenés una voz hermosa y escribís bastante bien. Podrías explotar eso en lugar de angustiarte con martirios de manual. Te entiendo.

No se soluciona con tapar, destruir, escapar a lo que frustra. Seguir en ese loop eterno pudiendo aprovechar lo que tenés es un desperdicio, bo.

No exijas energía si no podés manejarla. Pensá que para una mejor en tu estrategia tenés que escuchar al otro. Y atenta.

No le hace bien a tu producción ser tan dramática... se te caería abajo el discurso del ser jodido si quedan en evidencia las relaciones Linklaterescas que forzás. La verdad me daba un poco de miedo verte tan arrastrada y desesperante, pero también me sirvió para entender por qué actuabas así y planificar. Somos tan iguales que me asusta un poco... hacemos lo mismo de lo que nos quejamos, escribimos autorreferencialidades, yo no me puedo olvidar de Tita, vos no podés olvidarte de Rod, eventualmente nos seguimos viendo y cogiendo con esos respectivos entes, prometiéndonos amor eterno pero después no y todo así. Y manejamos en barroquismos discursivos el resto del mundo como un juego entretenido. Niños que juegan con un palito a atosigar a un animal moribundo. Yo un poco más respetuoso con el bicho, nada más.
Eventualmente podríamos chocar, pero creo que manejé las cosas de una forma más sutil. No le muestro mis textos ni mi música a alguien que no quiere leer/escucharlos. Menos cuando me buscan lastimar así de abiertamente. No me abro tanto.

Somos iguales en mucho, sobre todo en hacernos los boludos bien. La diferencia es que vos te dejás llevar por una explosión en la que tarde o temprano te transparentás. Me divierte bastante y hay un punto en el que me cae simpático. Pero no es necesario seguir en esta.

Siempre es buenísimo verte acabar. Acabemos.


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5)

Rosina cerró el mail. Había ganado furiosamente.
Cuando ya había puteado suficiente (cosa que en Rosina puede llevar horas, días, años) le vino un poco de curiosidad.
No le respondió. “Otro gil”, pensó.

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